miércoles, 1 de enero de 2014

Intimidad Pública


Habitar el mundo no es sólo pasar por él de manera inadvertida. Según Bachelard, en su Poética del espacio, nuestros recuerdos están alojados, los espacios donde mora nuestro pasado poseen una carga dramática y anímica especial que sólo nosotros sabemos reconocer, por lo que simbolizan. Un espacio es también un instante fecundo donde se ha fraguado parte del ser que somos. En otras palabras, la fecundidad de la memoria y su temporalidad precisa del espacio para existir y prodigarse. Nuestros recuerdos están localizados. Ser temporales, en su verdadera dimensión existencial, es sobre todo habitar el mundo: los rincones, el tapanco, el árbol y su sombra, la ruta preferida, en fin, espacios abiertos o cerrados, grandes o pequeños, que determinan estados anímicos y hablan de nuestro tránsito por las cosas.

Esta actividad simbólico-espacial se da en el individuo, es decir, en el microcosmos, y también en la cultura, en el mesocosmos. Joseph Cambell y Mircea Eliade los han explicado con los conceptos de axis mundi e in illo tempore. Toda civilización tiene un centro, axis, a partir del cual las  cosas y los humanos determinan su distancia, se ubican. Este centro simbólico coincide con otra necesidad psicológica, la de tener un origen, un allá del tiempo. Centro y origen son dos arquetipos fundamentales que nos permiten habitar el mundo, tanto a nivel de las sociedades como a nivel individual. 

Yo,por ejemplo, en tanto mexicano, puedo reconocer algunos espacios simbólicos que refieren, indefectiblemente, a conquistas heroicas, a momentos culminantes de mi cultura, por su importancia religiosa, cívica o ética. Pero también sé que en lo individual tengo mis propios espacios imaginarios, por el papel que juegan en mis historia personal, papel que desde luego puede ser objeto del arte, de la literatura o de la escultura, por ejemplo. Es decir, soy, en tanto sujeto existente, alguien que habita el mundo y configura su propio heroísmo, su propia cosmicidad.
Muchos espacios que he habitado han querido permanecer en la memoria no sólo porque he vivido en ellos, sino porque hay iconos que han facilitado esta configuración de la presencia. Busco ayudar a la memoria a la presencia, propiciar la habitabilidad simbólica del entorno, crear asideros espaciales bellos y funcionales que ayuden a estar, a ser en el mundo.

Esto me lleva a las precisiones estéticas y filosóficas. Considero que el arte es un ámbito de libertad por excelencia, y la libertad es necesariamente un fenómeno social, no individualista, donde los sujetos son capaces de encontrase a sí mismos en sus sueños de grandeza o en sus dudas. Pero los sueños y las dudas necesitan asideros icónicos, tramas simbólicas, sitios propicios para cuajar o revelarse.







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